A pesar
de la inmensa información disponible hoy en día sobre los riesgos de contraer
enfermedades de trasmisión sexual durante las relaciones sexuales, el uso de los preservativos todavía es repelido por gran parte de los hombres. Ese rechazo
está ligado a ideales sobre la masculinidad que se asocian con fuerza,
inmunidad y sexualidad, que hace que los hombres conciban el preservativo como
un accesorio innecesario.
Desde muy pequeños enseñan a los niños que son más fuertes que las niñas, a ser
machos, acorrer riesgos, pues eso forma parte de su naturaleza. Aprenden que
los hombres deben tener una vida sexual bastante activa, mientras que las
mujeres no tienen ese mismo derecho, pero olvidan que esos eran otros tiempos
de la humanidad, que hoy esa verdad ya no existe. Tanto los hombres como las
mujeres son fuertes y ambos pueden correr riesgos y tener distintas parejas
durante sus vidas.
La educación sexual del hombre, así como su educación en otros aspectos de la
vida, todavía está basada en esos valores de coraje, fuerza, valor, salud,
inmunidad, potencia, omnipotencia, rapidez, tamaño(del pene), , riesgo,
heroísmo, poder, dominación, capacidad, acción contra la prevención o
planificación, ... Lo que no está inserto en este contexto es considerado
femenino, como el cuidado del cuerpo y la salud, y el uso o no de preservativos
forma parte de una relación más general del hombre con su cuerpo, su salud e
incluso su vida.
Actualmente, ha cambiado el comportamiento sexual femenino. Las mujeres también
tienen más de una pareja a lo largo de la vida, tienen sexo esporádico, por lo
tanto, el cuidado es responsabilidad de cada uno, no pudiendo dejarse en manos
de la pareja.
Eso es lo que hace el uso del preservativo tan importante, no sólo para la
mujer sino también para el hombre. No es posible saber si la mujer no es
portadora de una enfermedad de trasmisión sexual. Lo que se puede es prevenir
estas enfermedades, entre ellas el Sida, mediante la utilización del
preservativo en todas las relaciones sexuales, incluso dentro del matrimonio.
Lo que en un principio puede parecer una exageración, es en realidad una
cuestión de cuidado consigo mismo y de respeto hacia su pareja, pues es cada
vez mayor el número de mujeres casadas y fieles que contraen alguna enfermedad
de trasmisión sexual a través de sus parejas.
El problema es que a pesar que la amenaza existe, muchos hombres no la
consideran muy próxima, prefieren negar su existencia a prevenirse, alegando
que el preservativo disminuye el placer, acaba con el clímax de los
preliminares, e incluso ven muy mal su uso. Todo esto es simplemente un
sentimiento de omnipotencia masculina frente al peligro, existe la idea de que
esas cosas sólo les pasan a los otros o de que no son verdad.
Se sabe muy bien que las enfermedades de trasmisión sexual y el Sida no eligen
a quienes van a ser infectados.
Así como las mujeres, los hombres también precisan tomar precauciones a la hora
de practicar el sexo y el preservativo puede volverse parte del juego sexual
sin disminuir el placer. Descubrir maneras de colocarlo sensualmente o usarlo
como juego sexual, son formas de insertar el preservativo en la relación sin
que el placer disminuya. Correr el riesgo de un embarazo indeseado o de
contraer alguna enfermedad no justifica las excusas dadas por la mayoría de los
hombres.
El gozo sexual está muy relacionado con lo que pensamos o sentimos en el
momento del sexo, es tanto físico como psicológico. Por eso no depende del uso
del preservativo o no, estando mucho más relacionado con lo que se piensa sobre
él que con lo que es su uso propiamente dicho.
Se puede decir entonces, que el uso del preservativo es una forma de madurez
sexual, pues el placer continúa pero la prevención también se da.
Ningún placer sexual es mejor que cuidar de sí mismo, de saber que nuestro
cuerpo y mente están sanos, de poder hacer planes para el futuro.
Nada es mejor que tener una vida sana, sin depender de medicamentos y pudiendo
recibir amor, sin miedo a contagiar a otros.
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